La Casa de Bernarda Alba – Federico García Lorca
Acto II
(…)
Bernarda: ¿Qué ocurre?
La Poncia: La hija de la Librada, la soltera, tuvo un hijo no se sabe con quién.
Adela: ¿Un hijo?
La Poncia: Y para ocultar su vergüenza lo mató y lo metió debajo de unas piedras; pero unos perros, con más corazón que muchas criaturas, lo sacaron y como llevados por la mano de Dios lo han puesto en el tranco de su puerta. Ahora la quieren matar. La traen arrastrando por la calle abajo, y por las trochas y los terrenos del olivar vienen los hombres corriendo, dando unas voces que estremecen los campos.
Bernarda: Sí, que vengan todos con varas de olivo y mangos de azadones, que vengan todos para matarla.
Adela: ¡No, no, para matarla no!
Martirio: Sí, y vamos a salir también nosotras.
Bernarda: Y que pague la que pisotea su decencia.
(Fuera su oye un grito de mujer y un gran rumor.)
Adela: ¡Que la dejen escapar! ¡No salgáis vosotras!
Martirio: (Mirando a Adela.) ¡Que pague lo que debe!
Bernarda: (Bajo el arco.) ¡Acabar con ella antes que lleguen los guardias! ¡Carbón ardiendo en el sitio de su pecado!
Adela: (Cogiéndose el vientre.) ¡No! ¡No!
Bernarda: ¡Matadla! ¡Matadla!